La llegada de Gianni Infantino al Rose Bowl no pasó desapercibida. El presidente de la FIFA fue recibido con aplausos por los miles de aficionados presentes, en una escena que aún sorprende a quienes están acostumbrados al protocolo más sobrio del fútbol europeo. A su paso también aparecieron Enrique Cerezo y Miguel Ángel Gil Marín, dirigentes del Atlético de Madrid, compartiendo el mismo pasillo reservado a autoridades.

Ver un partido de Mundial en Estados Unidos resulta, para muchos, una experiencia ajena. La mezcla de camisetas —con presencia destacada de clubes como Real Madrid y Barcelona— y las costumbres gastronómicas de los hinchas locales, donde no falta una hamburguesa con cerveza desde las 11 de la mañana, evidencian que allí el fútbol (o soccer) es más un evento social que una ceremonia deportiva como en otras partes del mundo.

La afición mexicana aportó color y pasión, pero el ambiente en general parece más el de un festival que el de una cita futbolera. El calor también fue protagonista: con 32 grados y sin una sola sombra en el gigantesco estadio con capacidad para casi 100.000 personas, muchos se rindieron ante el sofocante sol al mediodía.

Tampoco faltó la famosa ola, esa celebración colectiva que, aunque muchos puristas rechacen, es parte del espectáculo en esta parte del mundo. Para los locales, el partido es una fiesta, y eso se respira en cada rincón.

La presencia del micrófono rojo de MARCA llamó la atención de varios aficionados. Algunos se acercaban a preguntar si el Atlético de Madrid ya había llegado, otros aprovechaban para mostrar con orgullo los vídeos de sus hijos jugando al fútbol con la esperanza de llegar algún día a Europa. “Quiero jugar allá”, decía uno de ellos, y en esa frase quedaba resumido el sueño de miles.