Los inuit y la sorprendente ausencia de ira: una lección ancestral sobre el control emocional
En un rincón del Ártico canadiense, una comunidad indígena ha desafiado durante siglos lo que muchos consideran inevitable: la explosión de la ira. El descubrimiento de una antropóloga reveló que, en la cultura inuit, la calma es una forma de vida.
En la década de 1960, la antropóloga estadounidense Jean Briggs vivió una experiencia que cambiaría su percepción sobre las emociones humanas. A los 34 años, se trasladó al norte del Círculo Polar Ártico para convivir durante 17 meses con una familia inuit. Lo que encontró allí no fue solo una forma distinta de vivir, sino una visión radicalmente diferente sobre la gestión de las emociones.
Briggs, quien documentó sus hallazgos en el libro “Never in Anger: Portrait of an Eskimo Family”, observó que los adultos inuit rara vez expresaban enojo, incluso ante situaciones que normalmente generarían frustración en otras culturas. No se alzaban voces ni se imponían castigos. Ni siquiera ante accidentes domésticos, discusiones o errores cometidos por los niños.
Lejos de la represión emocional, la cultura inuit ha desarrollado herramientas de crianza basadas en la empatía, la narración de historias y el juego como método de enseñanza. Briggs descubrió que, en lugar de reprender o gritar, los adultos esperaban pacientemente a que los niños se calmaran, y luego recreaban las situaciones conflictivas de forma lúdica para enseñar el impacto de las acciones.
Una enseñanza profunda desde la infancia
Este enfoque se basa en la premisa de que la ira no es útil para resolver conflictos y que el autocontrol debe modelarse desde los primeros años de vida. Según los inuit, gritarle a un niño pequeño no solo es ineficaz, sino también humillante para el adulto. Así, el respeto mutuo se cultiva desde la infancia, no con amenazas o castigos, sino con el ejemplo cotidiano.
La antropóloga reconoció que, a pesar de su formación académica, ella misma reaccionaba con más emoción e impulso que los miembros de la familia inuit. Se sintió como una “niña emocional” en comparación con la templanza de sus anfitriones.
Un mensaje que trasciende culturas
En tiempos donde las tensiones cotidianas, el estrés y la intolerancia emocional parecen haberse normalizado, el ejemplo inuit ofrece una alternativa valiosa: la posibilidad de educar desde la calma, de responder con empatía y de construir relaciones más humanas a partir del respeto emocional.
Este legado cultural no es solo una curiosidad antropológica, sino una herramienta poderosa para repensar cómo criamos a nuestros hijos y cómo nos relacionamos con el mundo. La ira, aunque humana, no tiene por qué ser protagonista. A veces, basta con detenernos, respirar… y recordar que también podemos enseñar con dulzura.
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